Contaba mi abuelo que su abuelo fue peón en una de las haciendas de los “Grandes Cacaos”. Se llamó así a los propietarios de extensas tierras cacaoteras. Contrataban a montubios 农民 y serranos 山民 para que cultivaran el fruto a cambio de un pequeño pago. Como mi tatarabuelo高祖父,高祖母[指祖父的祖父、母] no tenía tierras, tuvo que emplearse allí para sostener a su familia. Los dueños de la hacienda para la que él trabajaba eran guayaquileños adinerados que iban a sus tierras de vez en cuando para recoger el dinero de la venta del cacao. Viajaban a Europa y vivían una vida lujosa que mi tatarabuelo jamás hubiera soñado. Eran señores muy ricos.
Mi abuelo recordaba que a comienzos del siglo XX aparecieron enfermedades en el cacao: “Escoba de la bruja” y “La montilla” que destruyeron los cultivos. La Primera Guerra Mundial había comenzado, lo que también ocasionó la reducción en la venta de cacao. A los “Grandes Cacaos” dejó de interesarles el cultivo, pues ya no era productivo como antes. Entonces abandonaron o vendieron sus haciendas y fueron los campesinos de la zona quienes las obtuvieron. Mi tatarabuelo fue uno de ellos.
Él era un montubio. Cuentan que en la época de los “Grandes Cacaos”, se realizaban en Guayaquil las veladas montubias. En sus calles se tendían las pepas de cacao para secarlas al sol y se percibía por todas partes su olor. A Guayaquil llegaban lanchas que venían cargadas de cacao de “río arriba”. Ese grano específico tenía un gusto frutal, que según los expertos, imprimía 给予un exquisito sabor a los chocolates que con él se fabricaban. Ese fue el cacao que le dio fama a Ecuador.
Eso se acabó con las epidemias. Luego, mi familia y yo, tuvimos que mezclar nuestros cultivos con semillas que habían resistido a las enfermedades y así se originaron las variedades de cacao. Trabajábamos de sol a sol todos los miembros de la familia. Desde los cinco años, hombres y mujeres teníamos que ir al campo a limpiar los cultivos, abonarlos 施肥, regarlos y recoger las pepas. Luego, unos se encargaban de sacarlas a la carretera para que los granos se secaran. Cada tarde debíamos recoger los granos tendidos y llevarlos al rancho. Al día siguiente había que tenderlos nuevamente. Esa rutina se repetía hasta que estuvieran listos para la venta.
En 1948 llegó una compañía norteamericana a sembrar y comprar banano. La llegada de la United Fruit Company acabó con nuestras esperanzas. Algunos cambiaron el cultivo del cacao por el del banano, pues la compañía compraba toda la producción. Pero nosotros seguimos produciendo cacao, pues no teníamos dinero para cambiar nuestros sembríos. Seguimos trabajando como siempre y así seguiremos, porque amamos nuestra tierra.
Hoy, después de todos estos años, casi un siglo desde que murió mi tatarabuelo, pienso en lo mucho que ha trabajado mi familia. Amo mi tierra, amo mi identidad y no quiero salir de aquí.
Ahora sé que esta planta la cultivaron antes los indígenas de México y Centroamérica. Sé que siempre ha sido cultivada para dar gusto a la exquisitez de los paladares europeos. Creo que los ecuatorianos merecemos consumir el mejor cacao del mundo. Por eso, me quedaré como mis antepasados en esta linda tierra del cacao.